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24 de mayo de 2013

EL PEQUEÑO PLACER DE UN BESO

Para personas enamoradas... 


Dame un beso dulce, como el fragmento de una onza de chocolate, cuando la derrito en mi boca, plácidamente, con la calidez de mi saliva.
Dame un beso fresco, como la brisa en la cima de una montaña, cuando golpea mi rostro, impulsivamente, en una calurosa tarde de verano.
Dame un beso inocente, como un campo sembrado de amapolas, cuando deslizo mi mano por ellas, alegremente, mientras camino con los ojos cerrados.
Dame un beso íntimo, como la luna llena, cuando la observo allá a lo alto del cielo, misteriosamente, en noches sin estrellas.
Dame un beso tierno, como el corazón de una magdalena, cuando hundo mis dedos en él, relajadamente, al salir recién hecha del horno.
Dame un beso fugaz, como la sonrisa de un desconocido, cuando espero sentada en el tren, pacientemente, y nuestras miradas se cruzan a la vez.
Dame un beso mágico, como la lluvia de una tormenta, cuando me empapa sin tener paraguas, tenuemente, hasta que vuelve a salir el sol.
Dame un beso verdadero, como los dedos de un amigo, mientras se posan en mis mejillas, silenciosamente, para secar las lágrimas…
Dame un beso de amor, de tus labios, como el de aquella vez, sinceramente, cuando nos conocimos.

Dame un beso,… vuelve a darme un beso, un beso tuyo.


20 de mayo de 2013

LA PRINCESA (DES)PROMETIDA


Microrrelato con una deliciosa venganza de amor...


La niña había estado jugando a ser mayor, se había puesto un bonito vestido, se había calzado unos tacones y se había pintado bien los labios. Había estado bailando frente al espejo, a la vez que tarareaba una melodía de cuento de hadas en su imaginación. Y tras ello, se sentó en el borde de la cama, abrió el libro a la altura que el marca páginas indicaba, y terminó en voz alta la última página que le faltaba por leer.

“(…) y la primera de las noches la princesa esperó sobre el lecho de su alcoba, emocionada, pues su príncipe iría a buscarla, y la montaría en su blanco corcel, tras haber vencido con su sable al dragón de cuatro cabezas.

De nuevo, la segunda de las noches la princesa esperó sobre el lecho de su alcoba, emocionada, pues su príncipe iría a buscarla, y le apartaría las ondas de su cabello, para susurrarle tiernas palabras cerca de su rostro.

Y al fin, la tercera de las noches la princesa esperó sobre el lecho
de su alcoba, emocionada, pues su príncipe iría a buscarla, y la tomaría con sus robustos brazos, mientras le propinaría un dulce beso de amor.

Esperó durante horas, mientras se atusaba con las púas de sus dedos el cabello. Y ya cuando sobrevino la noche, de tanto cansancio se quedó dormida.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.”


La muchacha cerró el libro, cogió su bolso y se fue a la discoteca con sus amigas.


19 de mayo de 2013

RECETA DE CORAZÓN A LA VINAGRETA


Precio: económico
Dificultad: fácil


Ingredientes:
- 1 corazón joven y tierno
- Una pizca de besos y 1 pizca de caricias, a partes iguales
- Una cucharadita de cariño
- 1 buen chorro de promesas
- 1 ramita de mentiras
- Guarnición: Enamoramiento al gusto


Procedimiento:
- Separamos el corazón tierno. Lo lavamos bien para eliminar restos. Lo secamos con cuidado para no romperlo. Lo colocamos sobre una cacerola nueva. Sazonamos con la pizca de besos y la pizca de caricias. A continuación añadimos la cucharada de cariño. Lo impregnamos bien con nuestras manos, hasta que se vaya empapando por todas partes con la mezcla. Cuando esté bien revuelto todo, cubrimos con el chorro de promesas. Dejamos macerar durante un tiempo. Cuando el corazón haya absorbido gran parte del jugo lo calentamos a fuego fuerte. Mientras tanto vamos preparando la guarnición de enamoramiento y la dejamos preparada en el plato. En cuanto el corazón esté bien hecho y meloso, lo sacamos de la cacerola. Lo introducimos en el mortero junto con la ramita de mentiras, y machacamos, machacamos y machacamos hasta que se deshaga completamente. Lo añadimos a la guarnición y… ¡Listo para comer!


18 de mayo de 2013

REFLEXIÓN DESNUDA: LLUÉVEME, AMOR


Acurrucada dentro de la cama, sólo una lamparilla de noche me alumbra. Fuera comienza a llover, y nos miramos. Con los ojos entornados, muy cerca, frente a frente, de lado, descubiertos, sin telas, desnudos, tan cálidos, tan íntimos, tan nosotros dos. Nadie más. A cada gota que suena sobre el cristal de la ventana, nos acariciamos con un beso, casi al compás. La lluvia crece, también nuestro frenesí. Adosados, abrazados, abarcados. Pecho con pecho, piel acariciando a piel. Llueve más fuerte, el cielo se enfurece. Descarga su pasión sobre el tejado de nuestro rincón. Interrumpo un beso. – Hazlo,… ahora –susurro sin escuchar mi voz. Y ya estás sobre mí, sin darme cuenta. Y ya estás dentro de mí, y me doy cuenta. Unidos, fundidos, amarrados. Hacemos el amor. Graniza fuera y la luz de la lámpara se entrecorta, pero ahí estás, te veo, te siento, tan profundo que casi alcanzas a rozar mi corazón. Lo acaricias, lo dejas, lo tocas, lo abandonas,… Un último trueno, y la oscuridad se instala en la habitación. Ya he llegado. Y ya ha cesado. Y ya no hay tormenta, ya no hay nada. Sólo charcos fuera. La luz regresa y abro los ojos. Y no hay nada. Sólo un charco dentro, mi espalda envuelta en sudor en la cama. Y ya no hay hombre, ya no hay nada…



17 de mayo de 2013

UN FALSO CABALLERO

Relato presentado al premio de relato breve El País, Círculo de Bellas Artes y Alfaguara 2011. El texto debía comenzar con las primeras líneas de El Quijote. “En un lugar de la Mancha (…) galgo corredor”


     -¿Ese hombre seré yo?- preguntó el hombre que escuchaba tal afirmación, interrumpiendo una vez más, obsesionado por saber, la oratoria proveniente de los labios finos, disfrazados con carmín mal trazado, de la pitonisa destartalada y caracterizada como una maga del medievo, que se encontraba frente a él, hipnótica ante una gran bola de plástico usurpador del verdadero cristal. La bruja retorció con desgana su gesto, tras haber sido molestada por el cliente en el culmen de su predicción. No pronunció ni una palabra, sólo se limitó a mostrar, ante el semblante incrédulo del estafado, la palma derecha de su mano colmada de anillos de oro y pedruscos ostentosos, haciendo ademán de recibir el precio de su sesión. El señor gruñó, y entre murmullos resentidos introdujo su mano dentro de la cavidad ceñida del bolsillo de su pantalón, para sacar un billete bien plegado, que sostuvo unos segundos entre su mano sudada y apretada de avaro. Pero antes de intentar despojarse de éste, estudió esa última cábala que había sentenciado la vidente; por fin había entendido con claridad el mensaje de su boca coloreada con tintes de locura, e imaginando que su porvenir seguiría discurriendo como un auténtico caballero, galán, valeroso y conquistador, sonrió complaciente, abonando la cantidad fijada. La adivinadora de futuros, con leve malicia, observó los andares orgullosos, aunque ridículos, del satisfecho discurrir hasta la salida del local. –Existen personas que deben aprender a mirarse en un espejo- murmuró entre dientes.

     
     El ambicioso regresó a su hogar. Se despojó de sus zapatos costosos de cifras incalculables y se reclinó sobre los almohadones de su gran sofá de piel de bisonte, procedente de las más altas cumbres de las praderas de vaya a saber usted dónde. Extendió su brazo hacia una mesa de mármol próxima, y se sirvió, sin mover ni un músculo de su orondo tronco de sibarita, una copa de vino exquisito. Humedeció con un sorbo del líquido embriagador su laringe, e izó la copa en alto.
 -Tengo riquezas, tengo honores, tengo mujeres y poder- se dijo. Emitió una amplia risotada endiablada. La bebida espirituosa resbaló de un golpe dentro, con ansiedad, alojándose en la redondez de su vientre embarazado. -Y tengo buenos vinos, y buenos manjares, y un criado que me sirve cuando quiero- presumió, observando las gotas grana que permanecían adosadas a los bordes cristalinos de la copa. Su abdomen resonó, tal como si una criatura alojada en él se hubiera rebelado. -¡Y tengo hambre!- vociferó a la nada.
   
    El criado del opulento, un chico alto, huesudo y desgarbado, ataviado con un viejo uniforme grisáceo, apareció fugazmente ante su presencia. Cualquier ser que trabajara allí no sentía la necesidad de acudir ante el gran patrón cuando se mencionara su nombre, porque carecían de él, de nombre, de rostro, de identidad. Bastaba escuchar uno de sus bramidos para cerciorarse de que se debía acudir ahí, en cuestión de milésimas de segundo, frente a su imagen de ogro grotesco. El grito de su bestia estomacal, reclamando algún alimento para deglutir, fue escuchado incluso por el chico. -¡Comida!- ordenó famélico, como si devorase las palabras omitidas de su mandato a mordiscos.
  
   El sirviente corrió hacia la cocina. Regresó en un intervalo escaso de tiempo con una bandeja resplandeciente de plata cargada de multitud de alimentos grasientos, ingredientes culinarios dignos de ser sebo de puercos. El pecador de gula rebosó sus manos de comida y la embutió con afán dentro de su boca. Comía y gimoteaba de placer, febril, salpicando de restos alimenticios el espacio vital que le separaba de su esclavo, de pie frente a él, expectante en el acontecimiento. -¡Más vino!- volvió a dirigir escupiendo un pedazo de solomillo.
   
     El mísero cogió la botella de vino, defectuosamente colocada en la mesita por su dueño, y llenó la copa, aún con restos fósiles del vino anterior. El chorro aromatizado con alcohol caía sobre el recipiente de cristal, cuando una mano rabiosa del señor de la casa decidió tirarla, fragmentándola en pedazos punzantes y provocando una gran mancha sobre el suelo impoluto del salón. -¡Sirve otra copa limpia!- sentenció.  Asió la bandeja metálica para recoger los desperdicios, y defendiéndose tras ella de los sapos y culebras sobresaliendo al exterior del cuerpo del mezquino, se dispuso a reparar tal desperdicio, pero agarró un puñal de cristal, el más agudo y afilado, semejante a la punta de una lanza, y amenazando la faz temerosa de su enemigo, le reclamó sus pertenencias. El pérfido caballero fue deshonrado, y entre sollozos le regaló al delincuente una gran parte de las riquezas que había macerado. Y tras el suculento botín, las piernas esqueléticas del pícaro comenzaron a correr; huyó tan célere como un galgo. El llorón se levantó con dificultad del hueco sudado que su trasero inmenso y apoltronado había efectuado, y todavía agitado, se dirigió al ventanal para contemplar semejante andanza del insignificante lacayo. Desde allí escuchó el rugido de su rocín flaco de dos ruedas siendo arrancado por su nuevo propietario, y su porte de hidalgo audaz desapareciendo calle a través.  En el reflejo del cristal, sólo pudo presenciar la imagen de un patético derrumbado, con una panza tripuda. Reconocía, al fin, su rostro.


Relato "Descansar"... fragmento

Cuando me miro al espejo, mi imagen es la tuya. Mi mirada es idéntica a la tuya. No me gusta mirar mi reflejo, no me gusta mirar mis ojos. Ya no los veo bonitos como de joven. Antes tenía unos ojos enormes y brillantes, brillantes y radiantes, parecía que hablaban diciendo ¡soy dichosa! Pero ya no cuentan eso. Ahora los veo demasiado feos, como los tuyos a veces, cuando me acercaba a ti de pequeña en tu habitación, después de que el señor padre saliera de ella abrochándose el cinturón. Y cuánto aguantabas. Y cuánto me decías que aguantara. He de irme ya.

"Descansar". Finalista Premio Narrativa para mujeres 2012. Libro "Las mujeres cuentan". Generalitat Valenciana.




TODA TUYA

La primera carta de amor que escribí... en Diciembre de 2011...


Querida alma de cabellos rojizos y corazón puro:

No sé cómo iniciar estas reflexiones. Me es a menudo muy fácil escribir otros relatos, historias sobre extraños seres fantásticos, tan lejanas a mí, pero soy incapaz de comenzar las letras de este encabezado para meditar sobre ti, cuando tú, en estos días, estás presente y te encuentras impregnado en mi imaginario espacio vital, a veces como presencia física, y otras, sin estar, como un aura, salvaguardándome.
Supongo que la pantalla de este ordenador, de manera contradictoria es un escudo, y no lo es el aire que circula entre mi cuerpo tangible y tu torso; es probable que a unos escasos milímetros de tu rostro, mi mente pueda pensar veloz, y mis labios despegarse, al fin, para expresar, en poco tiempo, lo que quisiera explicar en estas líneas, en principio, incoherentes.

Dame un segundo para idear. Deja que te piense. Permíteme que te robe la cara un instante. Cédeme tu mirada llena de timidez deliciosa. Ayúdame a transportar hasta mí tu sonrisa de ángel. Ya te veo. Te tengo aquí… Puedo escribirte.

Existen personas que, tras el latigazo de una traición de amor, se vuelven heladas, y duras, y opacas, “¡cuánto le amé, y que poco supo valorarlo!”, “¡ofrecí mi calor sincero, para retornarme tristezas!”, “¡nunca confiaré más en nadie!”…, qué conjunto de palabras huecas. Yo supe, desde la última secada de mis breves lágrimas, que un músculo muy vivo dentro de mí, nunca había cesado de bombear ganas de regalar amor, amor por otro hombre… Pero, ¿qué hombre? No fue muy difícil hallar la respuesta. Una tarde, presa del ansia pero a la vez titubeante, como si fuese la participante que quisiera ganar, ambiciosa, un divertido juego de conquista, apareció por sorpresa tu gentilidad, tu amabilidad, tus palabras tiernas, llegaste tú… Y gané la partida, y apostaste también.

Y hablamos… ni poco ni mucho, simplemente dijimos lo que quisimos. El músculo bello de tu pecho palpitaba a la par que el mío, desde mi rincón lo escuché en silencio, y me contó un secreto: tú deseabas lo mismo. Y un cierto terror se apoderó de mí, de llorar otra vez, de que no fueses el caballero gallardo que rescatara a esta doncella de la guarida de su momentáneo aislamiento. Pero en un breve espacio de tiempo me envalentoné, aunque a veces no supe mostrártelo con precisión, y quise hacer caso omiso a las frases escritas, unas líneas más arriba en esta carta, por mí; supe que volvería a amar, y que tú aprenderías a valorarlo; me aseguré que sería capaz de ofrecerte mi calor sincero, y que tú no me corresponderías con tristezas; confirmé que confiaría en ti. Y confío en ti. Y quiero ser, y seré tu princesa, mi leal guerrero.
Y poco a poco, la tela de araña del cariño se fue entretejiendo. Primero se amarró un nudo confuso, pero lo conseguí romper. Sus hilos comenzaron a envolverse entre sí, de nuevo crecieron más fuertes que las primeras hiladas, y pocos días después crearon una maraña resistente, que muy difícilmente podré rasgar. Me tienes atrapada en tu red, mi amor.

Ya no me siento atacada por el desasosiego. Ahora sí te veo como un caballero andante, te acercas hacia tu damisela y con tus brazos me abrazas, vigoroso, para protegerme; y yo me acomodo en ellos, y me abro a ti como los pétalos de una flor, cuando estás a mi lado, porque tú me traes el sol.

Y quiero decirte mucho más de lo que callo. Quiero verbalizar que tu irrupción en mi vida no me ha proporcionado un simple aprecio, que no me inspiras una leve estima; deseo proclamar a pecho descubierto que todo esto es infinitamente más intenso, que me estoy enamorando,… Creo en ti, y en mí, en ambos, en este inicio de aventura fascinante de amor. No permitiré jamás ni un ápice de vacilación en la dulzura de tus ojos de caramelo, porque siempre estaré ahí, te demostraré lo que mi corazón grite. Nos merecemos viajar juntos a un reino donde sólo exista el amor franco y noble, el camino acaba de ser emprendido, y con pasos abreviados, pero firmes, llegaremos.

¡Ay! Te pienso hacer tan dichoso…

Creo que conseguí deshacerme de la coraza de esta humilde pantalla de mi ordenador. Pude escribir, y percibo satisfacción dentro. Sin embargo, sigo prefiriendo el roce de tu cara linda con la piel de mis mejillas, necesito susurrártelo cerca de tu oído.

Espérame. Yo también te esperaré. Te veré pronto. Ya estamos casi juntos otra vez… Te quiero.
De tu princesa liberada de su mazmorra.

Firmado: ninfa de azúcar


LA ETERNA DURMIENTE

Relato erótico-romántico que escribí cuando tenía 19 años...



     Hace unos escasos minutos que desperté. Los rayos de un radiante sol despuntan a través de los resquicios de la tenue cortina de este ventanal, situado enfrente de nuestro nido; encontrando mi rostro, todavía encendido, pero derrotado. Soy un caballero que una noche, anoche, como un lobo solitario vislumbrado tan sólo por la luna en la oscuridad, y con dos lunas brillantes en sus ojos de deseo y delirio, luchó valientemente en una batalla por la posesión terrenal, aunque sin saber ciertamente si se alzó victorioso o si se hundió en la mayor de las derrotas, tan humillante, pero dulce a la vez. No me atrevo a girar el cuerpo que ostento desplomado sobre el lecho, temo encontrármela ahí, tan hermosa, como anoche. Temo no poder apartar mi mirada de sus ojos cerrados, que no me miran, pues descansan. Me la imagino recostada y preciosa, como una flor vistosa de abril, que tras permanecer abierta ante el portentoso sol, cierra sus pétalos cuando unas primeras gotas tibias de lluvia la comienzan a humedecer. Me encuentro acostado sobre mi brazo de hombre, este brazo que hace unas horas ella tantas veces tatuó con sus labios, acarició con su larga cabellera florida, en el que hundió sus manos blanquecinas de cristal y desgastó sus uñas, como si de una lima se tratase, y dejando patentes los signos del mar del placer en el que se vio sumergida. La desnudez de mi cuerpo teme encontrarse con la desnudez de su piel; y temo que mis manos robustas y mis dedos, que tanto se deslizaron por su sinuosos senderos, tanto alcanzaron la cúspide de sus montañas, y tanto se empaparon de la humedad de su selva tropical; se tornen temblorosos cuando le roce el rostro de eterna durmiente.Tan sólo escucho su respiración rítmica, pero pausada; tan contraria a aquellas exhalaciones que su boca entreabierta expulsó anoche, entre mis brazos.No dejo de pensar en ella, como si lejos de mi se encontrara, pero está ahí, a mi lado, anestesiada por el cansancio. Tan sólo he de atreverme a girar mi cuerpo y toparme con su pequeño cuerpo de porcelana, pero tengo miedo…. por qué tengo miedo, ¿ por qué?


     Acabo de escuchar un leve gemido de su boca, tan dulce, tan aniñado, y estoy helado e inmóvil, contengo la respiración, no quiero que descubra mi despertar repentino, no deseo que su mirada pueda penetrar dentro de mis pensamientos y descifrar lo que mi alma grita con el más absoluto de los silencios. Parece que el gemido se ha tornado respiración nuevamente; sonrío. Quiero observarla, pero no quiero. Quiero que mis ojos insomnes la vuelvan a esculpir, como anoche la moldearon sobre la mullida cama, donde infinitamente gocé de su suavidad, de su dulzura, de su feminidad, de su fuego de mujer. ¿Seguirá tan bella? ¿ Todavía su sonrisa permanecerá grabada sobre su rostro de plata? Y me giro lentamente. Un giro de 180 grados basta para contemplarla ahí, acomodada en la almohada levemente sudada, donde el aroma de la fragancia afrutada de su cuello erguido se mezcla con el olor del roce pasional de nuestra piel.Mis ojos recorren su cuerpo, como tantas veces lo hicieron hace unas horas, cuando todavía los rayos de sol no podían proyectar con nitidez sus encantos de mujer; confundiéndose el fuego de unas velas con el fuego de nuestros cuerpos desnudos, embriagados por el más lujurioso de los licores.

     ¡Qué hermosura de mujer!, ¡qué tierna hada del sueño! Quisiera poder despojarle de su único escudo, esta blanca sábana que la envuelve, mostrando sólo pequeños resquicios de su piel tostada, con el único sabor de mi saliva. Apenas puedo contemplar su rostro en su totalidad, pues ligeros mechones negros ondulados lo cubren; pero es preciosa, ella es preciosa. Quisiera volver a estampar mis labios sobre los suyos, más rosados que nunca, más desgastados por nuestros besos que nunca, donde todavía puedo sentir la dulzura que me brindaron cuando la rodeé con mis brazos anoche, oprimiendo sus pechos firmes sobre mi pecho varonil; todavía puedo sentir el ardor de su lengua, buscando desesperadamente una lengua con la que confundirse. Su saliva es mía; mi saliva es suya. La recuerdo sobre mi cuerpo, cabalgándome como una auténtica amazonas; mi sexo más majestuoso y engrandecido que nunca resbalando por su sexo, mi abeja posada sobre su flor. Recuerdo mis dedos apartar las olas de su cabello de mar de sus pechos cálidos ante mi mirada; todavía siento la suavidad de sus botones nacarados en el tacto de mis manos varoniles; conservo el sabor de sus pezones de azúcar en mi paladar. Incluso con los ojos ciegos, mis manos podrían visualizar las redondeces de su menudo cuerpo de dama de cristal, que como la más venenosa de las serpientes, es capaz de amoldarse a los accidentes geográficos de mi tronco desnudo, enroscándose en él. Eso es, ella es una serpiente, una serpiente que me ha envenenado,…¿Qué ha hecho de mi?

     Parece tan frágil dormida, tan empequeñecida, tan sensible, tan niña; una niña que anoche fue una mujer, un ciervo que a la luz de estas velas se volvió cazador, un cazador que con sus perversas trampas colocó un cepo en mi duro corazón, y lo despedazó. Y vuelvo a repetir,… ¿Qué ha hecho de mi? Ahora entiendo que aquel caballero que valientemente luchó no se alzó victorioso, se hundió en una rastrera derrota; pues la deseo, a ella la deseo nuevamente junto a mi piel. Necesito amarla a cada instante; dejarle satisfecha en cualquier lugar; volar a su sexo y tomar del polen de su flor; como el mismo lobo que luchaba por el dominio terrenal, buscarla en la noche y reflejar el brillo de luna de mis ojos sobre su cuerpo desnudo y vivo,… LE QUIERO.

     Pero ahora no quiero que despiertes de tu sueño, no. Quiero seguir contemplándote. Duerme y deja que este momento sea eterno, no dejes de ser mi eterna durmiente.


MIEL AMARGA

Relato que escribí cuando tenía 15 años, y que ganó un pequeño concurso de narrativa...



     Eran exactamente las siete y media de la mañana, hora en la que el ruido interminable e insoportable del “ ¡ti, ti ti!” hacía eco en el oído de Martina. Martina abrió sus enormes ojos negros azabache, que disimulaba muy bien tras las horribles “gafotas” de pasta que llevaba diariamente. “Bueno, ya es lunes”, pensó un instante acostada sobre su cama; y de un súbito impulso, apagó el molesto despertador. Como un rayo se vistió con su uniforme, recién planchado y correctamente doblado sobre la silla. Una pena de uniforme: calcetines blancos e impecables, casi cubriéndole las huesudas rodillas; faldita a cuadros, no tan corta como ella en realidad quisiera; una chaquetilla de lo más pija y cutre a la vez; y por fin, esos zapatones negros, abrillantados con grasa de caballo, un poco incómodos. Pero su mejor rasgo, y con lo que mejor la identificaban los compañeros en su instituto privado, eran esas largas trenzas que cubrían su pecho, y esas “gafotas” de pasta que reducían sus enormes ojos a los de un topo. Su cara era la cosa más pecosa que se hubiera podido ver, y además usaba corrector de dientes. Martina era un desastre. Siempre llevaba un calcetín más bajo que otro, los cordones de un zapato sin atar, y claro, esa es la causa por la que siempre se tropezara con todo el mundo. Y luego estaban las risas y las burlas de los compañeros, a las que Martina respondía con una estúpida y sonora carcajada, aunque en realidad, tuviera unas ganas tremendas de llorar antes que de reír. Y la cosa no queda aquí, en las asignaturas tampoco es que fuera una empollona, no. Exactamente, seis asignaturas pendientes de recuperar, y las demás aprobadas por los mismísimos pelos, Una auténtica joya, ¿verdad? 


     En la economía no es que le fuera mal; vivía en una lujosa casa con todas las comodidades necesarias para no salir de ella. Su padre, un aficionado a los puros y al buen comer, que siempre tenía pestilentes círculos de sudor en las camisas, era un rico empresario propietario de una multinacional. Su madre, con más liftings y liposucciones que la “Preysler”, no había salón de belleza ni exclusiva tienda de moda que no se hubiera recorrido. Entre uno, que se pasaba el tiempo frente a su portentosa empresa, sin importarle nada más; y la otra, cuya pasión eran los centros comerciales y las superficiales reuniones de sociedad, a Martina no le quedaba otra única compañía que la de su peludo y gallardo samoyedo, al que tenía ya aburrido con sus repetitivos juegos de coger la estúpida pelotita. 

    A menudo, los pensamientos eran los únicos testigos de su soledad. Martina, en la soledad de su habitación, llenaba su mente de imaginación; y aquellos pensamientos que su loca cabeza producía, los vivía como si fueran hechos reales, y no imaginarios. Su personaje favorito era Johnny, el águila Johnny. Johnny, por ser un tipo seductor y a la vez chulo; Águila, porque tenía fama de cazar al vuelo a sus presas. ¡Oh, sí! Ese era el tipo de hombre con el que Martina había soñado tantas noches, con el que se le hubiera ocurrido pasar una noche de vértigo. Johnny era alto, musculoso, bien proporcionado. Botas de cowboy, tejanos ajustados, desgastados, pero sexys, marcando un respingón trasero, duro como el acero. Siempre llevaba un chaleco abierto de cuero negro, impregnado de sus sudor y de su aroma a macho semental, dejando entrever ese torso bien curtido, moreno, con esas gotas de sudor deslizándose sobre sus firmes pectorales, esos brazos repletos de músculos palpitantes, más que brazos, agarraderas, donde Martina le gustaría asirse sin temor. Águila Johnny era guapo, tremendamente guapo, pero en absoluto creído. Un pendiente de plata le brillaba en el lóbulo derecho, y sus grandes ojos verdes parecían luceros en la oscura y solitaria noche. 
    
     En aquel momento estaba sonando una lejana melodía de saxo. Águila Johnny se aproximó a Martina, que se encontraba de espaldas esperando que su valiente amado le posara la mano sobre su espalda. La dulce música de saxo aumentó de sonido, haciéndose más cercana a la intimidad en la que ambos se encontraban. La noche estaba fresca, húmeda, repleta de estrellas, y en ese mismo instante, la mano de Johnny rozó suavemente su menuda espalda. “Muñeca”, pronunció su boca. Martina se giró al ritmo de la sensual música, “¡Oh, Johnny, has venido!”, susurró. Johnny rozó delicadamente el rostro de Martina hasta llegar a sus labios, esos labios llenos de sed, sedientos de los labios de Johnny. “Bésame”, musitó Johnny, aproximando esa fresca fuente a la boca de Martina. Y…“¡ Ti, ti, ti!”. Martina saltó de su cama y las yemas de sus dedos rabiosamente apagaron el molesto “aparatejo”. “¡Maldito despertador!”, pronunció más enfadada que nunca. Agarró el despertador con dos escasos dedos y lo lanzó al suelo con una fuerza descomunal. Entonces, su mirada se quedó inmóvil en el suelo, si casi pestañear, sin casi respirar, y en unos segundos de supuesta inconsciencia, gritó: “¡ Oh, Johnny, cuándo te volveré a ver!”.

     Los minutos, las horas, los días,…, todo pasaba a la velocidad de un rayo en la vida de Martina. Eran pocos los días en los que el verano iba a hacer su rutinaria presencia; y en uno de esos mismos días, uno de esos días en los que la brisa cálida rozaba el rostro de Martina, su mente proyectó la visión de una felina, de una perversa mujer con labios de carmín intenso, y largas uñas diabólicas. “La gata”, ese era su nombre, ese era el único nombre que conoció desde el comienzo de sus existencia.“La gata” se hacía respetar, sólo bastaba escuchar los pasos de sus vertiginosos tacones de aguja, para que los hombres enmudecieran a su lado. “La gata” poseía un cuerpo perfecto, cubierto con un ceñido vestido, aunque hubiera sido mejor asignarle el nombre de “segunda piel”, pues se le ajustaba como un guante. Su mirada era penetrante, profunda, pero en sus ojos se reflejaba claramente ese aire diabólico de crueldad que “La gata” sólo podría poseer. “La gata” no era una “niña buena”, no. Ella sólo buscaba un respeto mutuo, nada más; pero si no era capaz de recibirlo…mostraba su afilada zarpa como la de una leona hambrienta.“¡Hay, lo que daría yo por ser “La gata”!”, murmuró Martina en la soledad de su habitación.La imagen de “La gata”, de esa silueta perversa, fruto de su pura imaginación, se apoderó en muy poco tiempo de la mente de Martina. “La gata” desplazó a “Águila Johnny”, y prácticamente la vida de Martina también había sido desplazada por su singular presencia. “La gata” se convirtió en una obsesión para la tímida e inocente Martina, una obsesión que acabó perturbando su mente y convirtiéndola en la mismísima “Gata”. Sí, mientras por el día, la torpe Martina soportaba las burlas y desprecios que padecía, sin poder remediarlo, por las noches sus labios tenues adquirían el brillo intenso del carmín, sus trenzas se transformaban en una magnífica peluca rubia platino, una preciosa melena al viento que a simple vista no aparentaba su falsedad, y unos vertiginosos tacones de aguja transformaban sus pies que ahora se enorgullecían de los pasos sensuales y firmes que Martina había aprendido a efectuar. Nadie nunca la descubrió, absolutamente nadie. Ni siquiera ella se descubrió a sí misma. Ni siquiera podía entender lo que le sucedía…(...)